Sherlock Homes and the case of the 835 metres’s persecution

Basado en hechos reales ocurridos ayer

Maximiliano Firtman
22 min readJan 21, 2018

-“Buenas noches señor, acá mi compañera me contó lo que le pasó”, me dice en un inglés británico casi perfecto pero que todavía lleva un poco de acento de su país de origen, India. Trata de ocultar su origen detrás de su traje impecable y barba cortada a la perfección para su puesto de jefe de seguridad.

Primero quería decirle que no tiene nada de qué preocuparse, aquí está seguro, lo estamos cuidando nosotros. “Evitame el casete” le dije en inglés aunque no estoy seguro si entendió la metáfora, “no vine ni a quejarme ni a pedir ayuda, sino a pedirles un consejo; no soy británico así que no se si debería ir a hacer una denuncia policial o no”.

No se preocupe señor, no tiene que hacer nada. Veo que mientras abre la app de notas en su iPhone y empieza a anotar horarios, lugares y nombre del otro hotel mientras me hace preguntas y entre mí me pregunto: “¿a qué se dedica un jefe de seguridad de un hotel? ¿a mirar las cámaras de seguridad?” y me dice que no me preocupe, que va a hacer un reporte, lo va a elevar a sus jefes y lo va a hablar con el otro hotel.

En el fondo se que seguro le contará al jefe como anécdota, y borrará los datos y no hará ningún reporte porque al turismo nunca le conviene que se hagan públicas estas cosas. Pero al menos comparto un poco la culpa. Se lo hice notar, “mirá que si alguien aparece asesinado ahora la culpa va a caer en vos”. Ahí lo piensa y me dice que si realmente quiero hacer la denuncia, ellos me ayudan, pero sólo va a ser una molestia, más si dejo la ciudad el siguiente porque no hay nada que mostrar en la Policía.

Esto ocurrió cuando bajé a cenar en el bar del hotel; si bien no llegué a sentir miedo, preferí no tentar a la suerte y no salir a comer comida india, que era mi plan A. Y si bien no lo había pensado antes, se me ocurrió que tal vez debería hacer la denuncia, pero no estoy seguro ni el procedimiento ni si serviría para algo y entonces antes de sentarme a pedir un Club Sandwich paso por recepción, le pido consejo a la recepcionista que con cara de susto me dice: “mejor llamo al jefe de seguridad” y me hizo sentar en una silla con bordes dorados y bordados reales, algo que necesitan en la recepción cuando es un hotel 5 estrellas inaugurado en 1902 donde muchas veces se hospedan invitados al palacio real de Buckingham por su cercanía y nivel.

Nivel que, por cierto, se queda en la recepción y bar y no continúa a las habitaciones; pero eso es para otro día.

Londres siempre fue una ciudad que me atrapó. En 2 semanas se cumplen 10 años desde la primera vez que aterricé en el aeropuerto Heathrow y llegué a la ciudad en el famoso Underground (subte, metro) subiendo y bajando escaleras con mis valijas. Perdí la cuenta ya cuantas veces pasé por la ciudad, seguro más de 10, lo que hace que Londres esté en el Top 5 de las ciudades que más visito y ya entró en la lista corta de ciudades en las que me puedo mover sin mapa y GPS como en mi ciudad de origen Buenos Aires.

Pero creo la fascinación por la ciudad no es sólo por la belleza de sus calles, de su arquitectura y del Río Támesis (no puedo decir lo mismo de la comida, del clima o de lo difícil que es conseguir un café a las 7pm); sino porque de adolescente caí en la lectura de todos los libros de Sherlock Holmes. La descripción precisa de Sir Arthur Conan Doyle de las calles y callejones de esta ciudad junto el glamour de ciertas tiendas y eventos sociales reales (a pesar que me cae muy mal la realeza en el siglo XXI) siempre quedaron en mis recuerdos. A eso le sumo que hará 15 años en la era pre-Netflix seguí una serie entre ochentosa y noventosa sobre las historias de Sherlock Holmes que fueron filmadas aquí mismo, seguida por supuesto de la serie contemporanea Sherlock y las últimas películas del personaje, hoy ya sin derechos de autor. Siempre me atrajo la deducción de Sherlock Holmes.

Pero Sherlock no fue lo único que me apegó a Londres, he visto y seguido muchas historias que ocurren en estas regiones, desde algo de Dr. Who (el 75% de los capítulos son totalmente evitables), seguido de su mejor variante a mi gusto de Torchwood, Black Mirror, James Bond, y muchas más. Incluso mi hija, Amelia, lleva su nombre por un personaje de Dr. Who, no por honor al personaje, sino porque nos gustó el nombre.

También la fantasía de Londres comenzó antes de Sherlock Holmes cuando fui a una academia de inglés cuando tenía 11 años donde todavía se aprendía con libros y tono de inglés británico. Era común ver el Big Ben y hablar del famoso bus de dos pisos rojo. Las vueltas de la profesión hicieron que termine hablando inglés norteamericano igual.

Incluso estas noches de jetlag en Londres, abrí Netflix y me recomendó la serie The Crown (La Corona), que lleva la historia real de la coronación de Isabel II como la actual reina de Inglaterra y vaya a saber cuántos territorios más. Muchos de los eventos ocurren aquí, a apenas 400 metros de donde estoy escribiendo esto, y por donde pasé toda la semana anterior todas las mañanas.

Lo cierto es que he visto y leído cientos de persecusiones por las calles de Londres.

Sábado. Día libre completo antes de mi siguiente vuelo a un lugar extraño que visitaré por primera vez. Un lugar que no es Inglaterra, no es Gran Bretaña, no es el Reino Unido, no es la Commonwealth, no es Europa y sin embargo, no voy a hacer migraciones desde Londres.

Aprovecho para contestar emails pendientes y hacer algunas compras. Paso por el pub Sherlock Holmes que si bien no tiene relación alguna con el autor de las obras, tiene una recreación del estudio de Sherlock con objetos y fotografías relacionadas con toda la saga. No había reservado, tampoco tenía tanto interés de comer allí, pero no tenían lugar; vi la recreación del estudio, le saqué una foto y seguí. Terminé almorzando en otro pub un poco turístico, pero dado que me iba, decidí pedir el famoso “Fish and Chips”, casi uno de los pocos platos que se consideran británicos: una porción de pescado -usualmente desabrido debo decir- rebosado y frito, con papas fritas, salsa tártara y arvejas molidas. Como muchos platos que vienen con ímpetu visual, le saco una foto, a veces para compartir, a veces para mi archivo personal como fue este caso.

La foto despertó el interés de mi vecina de mesa, una señora de 60 años que me vio sacando la foto y entendió que era turista como ella -quien pidió exactamente el mismo plato- y aprovechó para sacarse dudas. Era de San José, California, era su primera vez en la ciudad, tenía sólo un día y no entendía nada, ni cómo era el cambio, ni qué moneda de libra esterlina era la que tenía que usar, ni dónde estaba, ni dónde tenía que ir ni cómo es el tema del voltaje luego que quemó su secador de pelo por enchufarlo directo a 240 volts. Le di mis sugerencias, a lo cual me dice que estaba apurada porque quería hacer todo antes de anochecer. Le digo: “mire que en 2 horas ya anochecerá, a las 4.30, 5 de la tarde ya es de noche ahora”, la señora se sorprendió de que le quedaba menos tiempo del deseado.

Le aclaro, “igual Londres es una ciudad segura, no suele pasa nada de noche, ayer estuve hasta las 11 y 12 caminando sin problemas”. Con ojos de sorpresa me dice: “ni si te ocurra hacer eso en San Francisco”, lo cual asiento con cara de “si, lo se”. San Francisco también está en el top 5 de ciudades más visitadas y de las que no necesito GPS y le gana a Londres por goleada en visitas realizadas.

Incluso cierro la conversación de este tema, diciendole que incluso la gente suele cruzar los parques grandes como Green Park or St. James’s Park de noche, sin iluminación, sin problema. Algo que efectivamente había experimentado ya esta semana y que habíamos conversado con una pareja de amigos viviendo aquí en Londres. “Al menos es seguro cruzar de noche por los parques”, me dice una amiga.

Salgo para el Starbucks Reserve de Londres a probar alguna nueva variedad de café y en el camino me encuentro a una persona con clara inestabilidad mental a los gritos en la calle, la cual empuja a una chica italiana que iba con una amiga y comienzan una discusión: “What’s wrong with you??” (qué te pasa, con un acento claramente italiano). Y vuelvo a la conversación con la señora californiana y pienso, “Bueno, aquí también hay un poco de San Francisco”, donde es muy común este tipo de situaciones lamentablemente.

Londres se vistió de luces estos días en un programa llamado Lumiere London, donde varios artistas intervienen la ciudad con efectos lumínicos en lugares públicos. El 30% eran dignos de ver, el 70% fue el famoso: “¿y esto es arte?” que todos lo que no entendemos de arte alguna vez pensamos. Pasé a ver varios de ellos, hice las compras que tenía en mente puse todo en una bolsa de Primark, una cadena de ropa relativamente económica y decidí volver al hotel a descansar. Quería dejar todo para cerrar mi última noche en Londres cenando comida india, que aquí la hay muy buena por la inmigración pero desde que llegué no fui a un solo lugar hindú. Comí italiano, vietnamita, japonés, chino, francés, británico, americano, hasta laosiano, pero nada indio.

Estaba en Oxford Circus, una zona muy comercial y mi hotel está entre el Big Ben y la abadía de Westmister y el palacio de Buckingham, ninguna combinación de transporte público me dejaba bien así que decidí como todos los otros días de la semana volver caminando. Ya eran casi las 9 de la noche, tarde para cenar aquí pero como era sábado no era imposible. Cabe recordar que anocheció antes de las 5.

Londres de noche me parece una belleza. No puedo dejar de sacar foto tras foto, aún cuando ya tengo muchas fotos del mismo lugar y probablemente del mismo ángulo. A eso le agrego que el iPhone X saca muy buenas fotos de noche por lo que más ganas me dan de tomar instantáneas de la ciudad.

En Facebook publiqué una linda colección de fotos nocturas de noche que tomé en este viaje. Pero por favor volvé que todavía ni empecé.

Nunca me asustó Londres de noche, menos cuando ya estuve aquí muchas veces. Ayer incluso me fui un poco a las afueras a una zona menos turística y comercial y se sigue sintiendo seguro.

Por eso no dudé ni un instante en cruzar el Green Park desde la avenida Picadilly, donde las marcas más majestuosas de Londres tienen su sede hacia el Palacio de Buckingham desde donde tengo mi hotel a unos 300 metros. Siempre me sorprendió que parques tan lindos y bien cuidados tengan casi nula iluminación. Apenas unos faroles de muy baja potencia cada 20 metros iluminan algo el camino, suficiente para detectar sombras viniendo y yendo y no chocar con nadie, pero no ideas para detectar caras o intenciones de los transeúntes. Algunas personas que se adentran en el parque fuera del camino principal prenden las linternas de sus celulares, o simplemente la pantalla para que sean vistos y no chocados.

En el camino de 480 metros desde una punta a la otra, habré cruzado a 20 personas, por lo que aún a las 9pm mucha gente cruza el parque y se siente segura. Como siempre lo hice.

Crucé el parque sin problemas, al llegar al final, hacia la derecha el Palacio de Buckingham ilumina la escena, junto con el Memorial a la Reina Victoria que con una estatua de la diosa romana Victoria de bronce iluminado. Una imagen que, aún de noche, invita a tomar una foto. El ángulo todavía no era muy bueno, dado que desde la mitad de la avenida se ve centrado; igual como el semáforo peatonal estaba en rojo, tomé una foto exactamente a las 21:04. Como no veía nadie de una mano (si bien ya estaba acostumbrado a mirar “para el otro lado”, recordemos que en Londres se maneja por la izquierda, igual miré para ambos), crucé hasta la mitad de la avenida esperando que el semáforo peatonal sí se ponga verde dado que allí había tránsito.

Recuerdo enfatizar que ese semáforo peatonal era normal, el típico personaje genérico que camina, y pensé por qué no habrán seguido aquí el mismo modo que en la zona de Trafalgar Square donde los semáforos peatonales muestran la diversidad de género, algunos mostrando una pareja de hombre/mujer ⚤ y otros parejas del mismo género, como ⚢ y ⚣.

Si vi que otra persona venía hacía mí también esperando el semáforo. Esas situaciones que en ese momento pasan totalmente desapercibidas pero que luego uno las recuerda. Mientras tanto saqué otra foto al palacio desde el medio de la avenida hacia mi derecha.

El semáforo se puso en verde, comencé a caminar para cruzar los 2 carrilles hasta la vereda que da al inicio del St. James’s Park. En ese instante el ADN que la evolución me dejó, sintió algo raro. Algo así como un Kelpien que despliega las gangias de peligro cuando percibe uno (si no sabés de qué hablo, te faltó ver Star Trek Discovery en Netflix). La persona que estaba esperando, que ahora ya tenía cara por la cercanía, nunca se movió. Estaba claramente esperando el semáforo, pero no cruzó. No sólo eso, su cara de amplio tamaño, alta frente, tenía su atención en mi. De contextura grande, alto como yo (más o menos metro ochenta), saco, de piel blanca, bufanda para cubrir los 2 o 3 grados que hacía, probablemente en sus 50 años, miró como yo lo pasaba por su izquierda.

El ojo que todos llevamos en la nuca, detectó que no sólo no cruzó, se dio media vuelta y empezó a caminar hacia mi. Uno no suele estar tan pendiente de lo que hacen los demás, pero algo alertó mi subconsciente.

Decidí hacer una primera prueba. Haciendo unos 20 metros más suele haber una excelente vista hacia la izquierda donde se ve el Ojo de Londres (debería llamarlo el Ojo Coca-Cola, pero no se, suena raro) iluminado de colores, la gran rueda sobre la ribera del Río Támesis que es parte del paisaje de Londres hace varios años. El Ojo se refleja en el lago del parque St. James con sus patos, mientras que la tímida torre de un hoy en construcción Big Ben se asoma entre los árboles. Decido parar, tomar una foto y ver si esta persona que venía hacia mí, pasaba por detrás y seguía su camino.

Como te imaginás. Se paró a 2 metros a mi izquierda, sacó un celular e hizo gesto de que iba a sacar una foto. Inmediamente y en forma brusca, agarro la bolsa de compras del piso y sigo mi camino y noto con evidencia que no llega a tomar ninguna foto y también comienza su paso. No soy paranoico, pero ya estaba empezando a sentir que esto no podía ser coincidencia. Veo que una chica de origen asiático está también sacando fotos, ¿le digo algo? ¿pero qué le voy a decir? tal vez ni sabe inglés, o tal vez hasta se asusta de mí que vengo con alguna cosa rara.

Nunca se me ocurrió Sherlock Holmes, pero mi cabeza comenzó inmediatamente a elaborar distintas posibles teorías y planes para sortear la situación. Empecemos por el motivo. Robarme en pleno Palacio de Buckingham uno de los lugares más custodiados del Reino Unido sería muy torpe. Cualquier tipo de asalto físico también. Me imagino miles de cámaras en la zona con agentes de la Scotland Yard, MI5 y vaya a saber qué otro servicio secreto mirando constantemente la zona. Londres ha sido objetivo de ataques últimamente y no creo que se tomen estas zonas a la ligera con la seguridad.

Armas de fuego no creo que tenga encima, desde la entrada al Green Park hasta la salida del St. James’s Park hay una zona segura donde cada entrada y salida tienen unos arcos amarillos para que los peatones entren y salgan que si bien no tengo información me da la idea que son detectores de metales o cosas raras. Siempre me gusta analizar cómo están hechas las cosas, ver los procesos y ya había analizado la seguridad de esos arcos, viendo que tienen vulnerabilidades, alguien podría sortearlos aunque no se si alguna cámara o algo alerta a las autoridades. Estos arcos fueron instalados junto con unos bloques de vaya a saber cuántas toneladas que en zonas vulnerables la policía instaló luego de los ataques al puente de Westmister y el Big Ben con vehículos.

¿Entonces cuáles son los riesgos? ¿Y si lo encaro? Ese fue mi siguiente plan. Enfrentarlo y decirle: “¿qué te pasa flaco?”, en inglés por supuesto y con tono británico. Si bien no era la hora de más concurrencia, cuando cientos de personas se aglutinan allí para ver el cambio de guardia de los famosos soldados con sombrero ridículo que hacen de estatua; había gente, alrededor de 15 turistas, sacando fotos, charlando. También había tráfico. No era una situación tan estresante.

Me acuerdo hasta de Jack el Destripador, pero eso fue como a 5 kilómetros de acá, incluso cerca de donde estuve ayer. No tiene relación pero la mente va haciendo asociación libre.

Pero es Londres post-ataques suicidas, en un lugar objetivo, pensé que era buen momento para arriesgar ser la primera víctima de un nuevo tipo de ataque. Miré hacia el ala norte de las rejas del palacio donde todos los días veo policías conversando; por supuesto, no veo ninguno. Y si los hubiera visto, ¿qué les digo? Aún si no dijera nada pero me quedara por ahí, se podría quedar por ahí todo el tiempo que quiera. A lo mejor todavía es paranoia mía. Decido que seguir camino al hotel es lo mejor; son sólo 300 metros.

Paso una pareja claramente española y me dispongo a cruzar mal la calle, no por la senda peatonal, por donde pude. Ya con adrelina en funcionamiento, me puse a mirar la reja del palacio con cariño, apunto para allí, veo que él vio mis intenciones de ir hacia el palacio y comienza a cruzar la calle para el lado donde yo iría. Hago un arrepentimiento, doy media vuelta y salgo de la zona del palacio apuntando para afuera. Veo, siento, que él a mitad de la calle, cambia entonces su dirección. Hacia mi.

Entre tanto pensamiento y deducción había cruzado una calle que no tendría que haber cruzado y no se si inconscientemente o no, tomé la calle equivocada. Los 300 metros al hotel eran un poco inóspitos. No era tan buena idea ir por ese lado y terminé saliendo para otro. Frío, una zona poco iluminada por ser oficinas de la realeza que un domingo no tienen actividad, sin actividad comercial. Empiezo a acelerar el paso y a 50 metros me doy cuenta que el hotel no era por aquí. Me di cuenta porque divisé a lo lejos un local de venta de productos oficiales del palacio, algo así como un Todo por 2 pesos donde todo tiene la cara de la Reina y en lugar de 2 pesos vale 2 millones de pesos. Ese local tiene luces por demás las 24hs para demostrar lo brillante y dorado que es todo lo que venden.

¿Vuelvo sobre mis pasos y retomo para el hotel? Escucho sus pasos. Se que está detrás mío. Decido seguir, para adelante está la estación de subterráneo Victoria, muy concurrida. Decido apuntar allí. En eso como camino rápido, sin ser una exageración empiezo a pasar gente, primero un hombre, luego una pareja. Cuando estoy al mismo nivel que la pareja siendo que me dice algo. No tengo forma de saber si fue él u otra persona de las que caminaba. Fue en voz alta, dos frases. No pude distinguir qué dijo pero mi cerebro interpretó el gesto como un “no corras más, ya te estoy alcanzando”. A lo mejor ni fue él, pero no escuché ninguna respuesta ni nadie más hablando.

A todo esto empiezo a pensar, ¿le aviso a alguien? A casa no, mi mujer está sola con los chicos, y desde Buenos Aires ni a la policía podría llamar si me pasa algo. Pienso en avisarle a los amigos con la que cené hace unos días, los que me hablaban de la seguridad de Londres a la noche. Se me ocurre compartirle mi ubicación en vivo en WhatsApp, y si pasa algo, al menos alguien puede rastrearme. Pero si saco el celular y hago algún movimiento tal vez acelere lo que sea que tiene planeado cuando se encuentre conmigo.

A todo esto, también se me ocurrió llamar a la Policía, dos días antes había visto un patrullero donde indicaba que hay que llamar al 999 ante una emergencia y en ese momento pensé, menos mal que le presté atención, sino tal vez me pongo a llamar al 911. E inmediatamente empecé a divagar con la idea de que sería bueno que unificáramos el número a nivel mundial; en Argentina era el 101 y también se cambió al 911, un poco por culpa de Hollywood pero que para el turista sería mejor.

Basta de divague; veo enfrente una obra en construcción, cuya vereda tenía unos 30 metros de chapa creando una especie de túnel. Una idea se me pasó por la cabeza, ¿qué tal si cruzo, hago que entro al túnel y vuelvo sobre mis pasos? Tal vez gane que él espere seguirme del otro lado. Pero en los siguientes 50 milisegundos pienso que entrar a un túnel de 30 metros donde el tránsito existente no vería nada, es muy mala idea. Igual cruzo.

Tanto esfuerzo que hice en la semana por mentalizarme en el lado de la calle donde tenía que mirar para que no me pise un auto se fue al tacho de basura. Crucé y miré para cualquier lado. Rápido. Llego a una esquina con semáforo. En rojo y muchos taxis de esos negros y todos igualitos ocupados que hacían que durante eternos 10, 15 segundos no pueda cruzar y llegar al bendito lugar iluminado que vende toallas con la cara de la Reina. En esos segundos veo que espera en el semáforo una chica de 30 años, encerrada en sus auriculares. La miro, ni me registra. ¿Le digo algo? ¿qué? Voy a parecer un loco.

En eso miro de reojo y veo que está cerca. 40 metros. El semáforo se pone verde. Del otro lado de la calle hay un pub, típico inglés. ¿Y si entro al pub? Pero como sus ventanas son esmeriladas y de colores, no se si está vacío o lleno de gente. De ambas maneras, un lugar cerrado potencialmente ruidoso no parece el mejor lugar para el encuentro. Sigo.

Ya comienzo a aceptar que un cruce va a ser inevitable. Y empiezo a pensar en cuál será mi estrategia, ¿espero a ver qué pasa?

Veo la calle donde tengo que doblar para llegar a Victoria Station, pero antes veo a 50 metros una glorieta que parecía la entrada a un hotel. De esos hoteles caros, parecido a donde me estoy alojando. Acelero, me paro en la puerta, me lleva apenas 10 metros, miro para adentro a ver si es un hotel y si está abierto, veo a un botones que me abre la puerta y decido entrar. ¿Buena idea o mala idea?

Los empleados de hoteles nunca reconocen a los huéspedes sino por sus actitudes. Según cómo entres y qué le digas, te tratan como un huésped, un visitante o uno medio perdido. Puse actitud de huésped, saludo al botones, el cual actúa como si me conociera de toda la semana y me dice: “buenas noches, señor, bienvenido nuevamente”; enseguida hago un paneo del lugar. Un ascensor, la puerta de una escalera, y una ancha entrada a un restaurant caro, y que ya siendo más de las 9 totalmente vacío. Mi idea no era pedir asilo como refugiado, sino hacerme pasar por huésped, que desista, llegué a “mi lugar”. Ir por el ascensor era riesgoso, hay una probabilidad de que para subir a los pisos haya que tener la tarjeta magnética. La escalera, no me gustaba, ningún huésped sube por escalera. Diviso un sillón a la derecha del botones, como para los que esperan un taxi. Voy allí. Todo esto fue en 2 segundos.

Me siento, acomodo la bolsa en el piso, la chica de recepción me saluda; también como si me conociera. Veo que mi perseguidor llega a la puerta, frena de golpe, mira para adentro, da media vuelta y se va por donde vino. Fue tan brusca y rara la maniobra que el botones salió a mirarlo. Pensé que a lo mejor lo conocía, era un loquito de la zona y después me iba a venir a preguntar algo. Pero no, se dio vuelta, me sonrió y siguió.

Yo mientras hago de cuenta que llamo por teléfono a alguien. Todavía estaba haciendo el papel de huésped, no subí porque estoy esperando que alguien baje tal vez.

¡Qué alivio! Se fue, ¿qué hago ahora? ¿espero? ¿me voy a mi hotel? ¿sigo con la farsa del huésped?

No llego a decidir que veo que mi querido personaje vuelve, en este caso sube las escaleras y el botones le abre. Pone un pie dentro del hotel pero se queda fuera y le pregunta al botones: “¿cómo hago para reservar una habitación? quiero venir la semana que viene”. Así como lo digo. Una pregunta totalmente al azar, desubicada y sin sentido. Me mira. Yo sigo con mi teatro. No se si sabe que yo se que me persigue o no. Yo lo miro como quien levanta la vista a ver quién pasa y sigo con lo mío. Alguien baja del ascensor, me levanto un poco para ver si es a quién yo espero (parte del guión) y hago gesto de “pucha, no baja más”. Que vea que estoy acá y no solo.

El botones le dice que tiene que reservar por Internet; pone cara de “no entiendo” y le dice, “no tengo internet, no puedo venir acá y pagar con tarjeta?”. El botones, mientras esta persona tenía un pie dentro y un pie fuera del hotel, le dice, “espere aquí por favor” y recorre los cuatro metros hacia la recepción y le dice a la recepcionista lo que esta persona buscaba.

Fueron unos 25 segundos. Nada nos separaba. Sólo dos metros entre la puerta y el sillón, ya el botones no estaba más. Me miraba, pero de una extraña forma, como investigándome. Yo mantenía la calma. Me doy cuenta que no me andaba el 4G, se me habían acabado los 300 megas y tenía que recargar. ¿En serio? ¿Ahora era el momento?

El botones trae algo en la mano. Era una tarjeta de negocios con el teléfono del hotel, se la da al extraño y le dice que cualquier cosa llame ahí. El personaje agradece, me mira y se va. El sillón tenía vista de una ventana lateral. Veo mientras se va yendo que me clava la mirada, como quien dice: “ganaste ésta, pero esto no termina acá”. Pensé en sacarle una foto, pero por algún motivo lo dejé ahí. Se fue de mi vista. Eran las 21:15.

Esperé unos 5 minutos. No apareció más. ¿Salgo para mi hotel? Miro en Google Maps posibles alternativas para ir caminando. Eran apenas 7 cuadras, no tenía miedo, sólo que no quería empezar otra vez de nuevo lo mismo. Veo que dos recorridos posibles son por callejones. Mala opción. El otro es volver sobre mis pasos otra vez al palacio, pero si por algún motivo espera ahí a sus perseguidos tal vez estaba de nuevo. Decido pedirme un Uber, aunque sea por poco. Uber me avisa que hay uno en 2 minutos. Excelente, lo pido.

En medio de esto, hubo cambio de turno de botones y apareció un tipo más grande que me saluda como un huésped. Si estoy ahí sentado esperando con bolsas debo ser un huésped, ¿no?

El uber tardó 8 minutos en aparecer y encima se pasó. Lo veo pasar y salgo, el botones me saluda, me abre la puerta, miro para la derecha, miro para la izquierda, al menos en 50 metros a la redonda no lo veo. Cruzo la calle para alcanzar al Uber y me subo obviamente del lado incorrecto. El conductor me dice: “Ah, es cerquita”. “Si, es que me duele la pierna y esta bolsa pesa mucho”.

Desde que saqué la foto que disparó haber sido objetivo de este señor hasta que llegué al sillón de mi hotel ficticio caminé 835 metros (metres en inglés británico); probablemente de los metros más extraños, con más suspenso y cliffhanger que haya vivido jamás. En total fueron 11 minutos desde que lo vi hasta que dejé de verlo definitivamente. Fue menos del tiempo que llevás leyendo esto, pero el tiempo pareció pasar más lento.

Me impresiona saber que en 1880 la misma situación no podría tener registro alguno. Hoy puedo ver el recorrido completo en Google Maps Timeline, podría haber estado transmitiendo mi ubicación en vivo, puedo ver el horario exacto de cada foto que saqué, puedo ver cuándo pedí un Uber, cuánto tardó, debe estar lleno de cámaras donde se puede validar lo que ocurrió. Falta de alguna manera que todo esto se una y sea útil.

¿Qué quería? Si quería hablar conmigo por el motivo que fuera (¿me confundió con el amante de su esposa?) tuvo la oportunidad y no la aprovechó. ¿Estaba loco? ¿Me quería robar? ¿Pero qué?… ¿una bolsa de ropa barata? ¿y en un lugar tan custodiado? ¿Y con tanta insistencia aún con gente alrededor?

¿Entendió que estuvimos jugando al gato y al ratón o cree que nunca me di cuenta y se cree un espía del MI5? ¿Será un detective privado de baja monta que estaba buscando algo y pensó que era otro?

Sólo se me ocurre una forma de descrifrar este enigma, tomarme la línea Jubilee, bajarme en la estación Baker Street, buscar el edificio 221B y ver si Sherlock Holmes o el Dr. Watson están para atender mi caso. Aceptaría el caso con gusto.

Los hechos aquí descriptos son 100% reales y me ocurrieron ayer, 20 de enero de 2018.

El uso de metre y no meter y el uso de s’s y no ‘s es a propósito en inglés británico para reforzar la idea de que esto ocurrió en Londres. No es necesario que me escriban para avisarme de “errores en el título” :)

Aquí algunas fotos que ilustran lo ocurrido, decidí no ponerlas entre el texto a propósito.

Green Park de noche a la izquierda; al centro la foto que saqué antes de comenzar a cruzar la calle; a la derecha los arcos amarillos en zonas de alto riesgo
A la izquierda la foto que paré a tomar como primera prueba, a la derecha, la foto tomada en el centro de la avenida cuando vi que no iba a cruzar
A la izquierda el Fish and Chips y a la derecha el pub Sherlock Homes
¿Las 5 libras mejor gastadas?

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Maximiliano Firtman
Maximiliano Firtman

Written by Maximiliano Firtman

Programador, Profesor y Autor. Director de ITMaster Academy, enseñando programación. Escribo hace 25 años. En inglés escribo de temas técnicos en firt.dev

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